«Hacia un lado del camino,
con la blancura del lienzo
una casería blanca
dice canciones al tiempo…”
José de la Vega
Pasado el Portazgo, tras cruzar el puente sobre el río Guadalbullón, un carril asciende entre olivares y nos lleva al portón de la Casería… aquel portón al que, en una oscura noche de lluvia, allá por 1580, llamó pidiendo auxilio un anciano que venía de camino, tal vez desde lejanas tierras de Cruzada…
 
Sentado en una piedra de molino bajo el majestuoso pino de la entrada, Roberto, nuestro guía, va desgranando historias que se entremezclan con el halo de la leyenda: anécdotas de los antiguos propietarios de la Casería, de las gentes que vivían en estos pagos, de jornaleros y caseros que se reunían en la lonja empedrada, en el molino aceitero, o en torno al fuego y al horno de pan cocer… tras las tapias, el viejo tractor escucha su relato, y quizá sepa que fue él el que inició el declive de las caserías aisladas, cuando desplazó a sus gentes porque hizo innecesario vivir en el campo, junto a las olivas.
 
La Casería de Jesús nos abre sus puertas y, entre aperos de labranza y utensilios que hablan de oficios tradicionales, bajo el emparrado y los jazmines que trepan por los muros blancos de cal, Eduardo Duro nos va contando su proyecto de rehabilitar la Casería y sus espacios anejos, de dar a conocer, a través de ella, nuestras tradiciones culturales y religiosas, el legado arquitectónico del paisaje del olivar, la leyenda del origen de la imagen del Jesús de los Descalzos que tanta devoción tiene entre el pueblo de Jaén. Un proyecto que trasciende su propiedad y quiere revitalizar las caserías, darles nueva vida, nuevos usos para unos tiempos nuevos.
 
Los entrañables espacios de las habitaciones se abren al horizonte de la Sierra con sus ventanas de carpintería gris azul. Una sencilla puerta de cuarterones, con el escudo carmelita grabado en la madera, conduce al cuarto donde los piadosos caseros alojaron aquella noche al anciano legendario que quiso encerrarse con un tronco de encina… y donde apareció por la mañana la hermosa imagen de Jesús Nazareno.
 
Terminamos la visita probando el aceite de cosecha temprana de las olivas de la propia finca, embotellado con la marca “Casería de Jesús”. Un aceite excelente en un entorno precioso; un proyecto ilusionante. Eduardo nos contagia su amor por el lugar y su entusiasmo. Porque las caserías de Jaén no son solo edificios singulares ligados al cultivo del olivar, ejemplos de la arquitectura rural de la Alta Andalucía… son mucho más: son testigos de una forma de vivir, patrimonio de todos los giennenses que habla de nuestras tradiciones y nuestra Historia, pequeños faros en medio del mar de olivos, que iluminan el pasado de estas tierras y…, por qué no, también pueden alumbrar el porvenir.
(Carmen Cano)

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