Como viene siendo habitual les dejamos con las fotografías y la crónica que nos envía nuestra socia Carmen Cano de la pasada visita cultural a las Iglesias de San Bartolomé y San Andrés de Jaén.
¡Estamos seguros que les encantará leerla!

«La imponente espadaña de la iglesia de San Bartolomé, que parece vibrar en la calurosa tarde de junio, nos recibe presidiendo su plaza. Como dice A. Collantes de Terán, “por ella el edificio se nos escapa al cielo ensamblándose en él“… La espadaña quiere ser solo un abrazo para sus campanas que, como todas sus hermanas, tienen nombre: la mayor, “Virgen del Carmen“, la pequeña, “Cristo de la Expiración“… como las imágenes que nos esperan dentro del templo, ofreciendo también la sencillez de su abrazo, símbolo del abrazo verdadero que es nuestra fe y nuestra esperanza.

En el interior de la iglesia la fresca penumbra resalta el esplendor de los retablos iluminados que Eva, nuestra guía, nos va explicando: el del altar mayor, recién restaurado; los retablos laterales; el camarín de la Virgen; la capilla del Cristo, con la imagen del crucificado que es un grito de amor desesperado; y la pila bautismal de cerámica, como la verde puerta de la Vida.

También la iglesia de San Andrés tiene su espadaña abrazando su campana, y tiene su pila bautismal de cuando fue parroquia: una joya que conserva la estructura de la tapa de madera que la cubre como la bóveda del cielo abraza al río Jordán. Eva nos cuenta con detalle los orígenes del templo, la historia de la Fundación y su porqué, la impronta que los avatares de los siglos han ido dejando entre estos muros… Y ahí, tras la maravillosa reja del Maestro Bartolomé, en la Santa Capilla iluminada, la pequeña imagen de la Virgen parece sonreír desde la altura. Es como el faro que guía al navegante cuando se desorienta entre los escollos de la vida: Es la reja como la nueva Puerta Dorada de la Jerusalén celeste, el cielo está simbolizado en la cúpula blanca salpicada de estrellas, y la Inmaculada Concepción de María nos enseña que la promesa está cumplida, que la salvación ya realizada nos espera: el abrazo puro y total… definitivo.»

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